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El dolor de la partida

Cuando salí de mi tierra sólo llevaba el alma preñada de ilusiones, todo lo demás lo sentía vacío. Vacío como aquél que me llenaba el pecho, que me apretaba la garganta y me llenaba los ojos de un llanto incómodo y embarazoso. Un vacío que me agrandaba las dudas y el miedo ante la incertidumbre de iniciar un camino nuevo en tierras lejanas. Dudas y miedo de saber si podría salir adelante y cumplir con los sueños de una vida mejor. Un vacío que se tornó casi insoportable cuando al otro lado de la ventanilla tras la que estaba sentado descubrí los ojos de  mis hermanos y mi madre diciéndome adiós con una mezcla de tristeza, esperanza e ilusión por el futuro de aquél que se iba de la casa.

Recuerdo que en esos momentos mi alma era una caldera de sentimientos encontrados. Por una parte sentía una emoción y una expectativa enormes por las aventuras que me prometía esa nueva vida, pero al mismo tiempo me dominaba un miedo casi paralizante ante la posibilidad de no alcanzar mis sueños y defraudar de paso todas las ilusiones de aquellos que verían en mis posibles triunfos la realización imaginada de sus propios anhelos. Aunque debo aceptar que lo que más me aterraba era dejar mi tierra, y debo decir también que en ése momento no supe por qué, así como tampoco supe que sólo el tiempo me traería la respuesta.

Hoy, cuando ha pasado ya un tiempo y me descubro a mí mismo acudiendo a la memoria para volver a recorrer mis pasos, tengo que aceptar que a pesar de todo lo que he vivido desde aquel día, haya sido bueno o malo, y sin importar los triunfos conseguidos ni los fracasos coleccionados y reparados con tanto esfuerzo, hay tardes en las que miro al cielo y me imagino que es el cielo de mi pueblo. El mismo que miraba cuando niño, el mismo que me despidió junto con los míos aquella vez al partir, el mismo bajo el que di mi primer beso, y el mismo bajo el que lloré por una desilusión también por primera vez.

Y el alma se me llena de nostalgia. Se me inundan los sentidos con el aroma del arroz con leche recién hecho en la cocina de mi casa; con el sonido de las palanganas de los vendedores callejeros; con la sensación del calor en la planta de los pies por la tierra requemada del verano y la brisa de diciembre acariciándome la cara. Cada pedacito de mi cuerpo quiere saltar cuando me acuerdo de los juegos infantiles, y en el rostro me aparece sin permiso una sonrisa cuando pasan frente a mí una tras otra las caras de los amigos que crecieron conmigo en el pueblo de mis recuerdos. Y así como esos recuerdos se abalanzan desbocados sobre el cielo de mi memoria, me llega también de pronto la respuesta por tantos años buscada y por tanto tiempo esquiva.

¡Es que al dejar mi tierra me dejaba a mí mismo sembrado en ella! Al fin lo entiendo, porque cuando partí no me fui de un pueblo, de un sitio material, sino que todo lo mío se quedaba en él. Era yo quien se estaba dividiendo en un antes y un después, era mi vida entera la que dejaba para ir a buscar una nueva. Era a mí a quien dejaba para ir a buscar otro yo lejos de allí. Es por eso que ahora entiendo el hecho de que en esos momentos, cuando a veces me descubro mirando al cielo y sintiéndome aquél niño que era en mi pueblo, una energía reconfortante y una brisa alentadora me llenan cada poro de mi ser y me siento pleno y feliz.

Ahora entiendo también los versos que hizo mi madre y que me entregó en aquella despedida, y puedo por fin recorrer con ternura el surco de la arruga que le dejó mi partida, y aunque la mía no se vea, como tú decías, desde donde estés yo sé que sí la ves:

“Esa arruga, cuando yo la miro
Me dice: soy tu ausencia.
Y yo pienso: la mía no se ve,
Porque va en el alma,
Porque igual que mi ropa va planchada
En el plan de mi maleta.”

Mi madre

Mi madre, mi mamá como siempre le dije, y le diré aún cuando hoy ya no está conmigo, me inculcó en la sangre y en los tuétanos desde el mismo inicio de mi existencia el amor por los libros.

Por eso soy quien soy.

Hoy, cuando ya en la mente de algunos se ha desvanecido ese día que todos celebran con algarabía como “el de las madres”, y desde ahí hasta hoy ni le han devuelto una llamada a su viejecita, yo aprovecho para recordar a la mía, a mi amá.

Este es uno de sus poemas, en donde, al hablar de las madres, me dio a mí también las palabras para dedicarle a ella y a todas las madres del mundo su poema.

Para todas ellas, madres del mundo, este poema de mi mamá.

Mi Madre

Tiene en sus ojos la redondez del mundo
son sus canas las nubes de verano
noche de luna tiene en su mirada
y en la boca una plegaria
Su risa es un arpegio de mil cuerdas
por mil ángeles tocada.

Su reposo cuando está cansada,
es suave brisa perfumada,
sus manos son la fuerza
y la ternura entrelazadas.

Su virtud es mástil y vela de mi nave.
Su voz, la nota dulce
del cantar de los cantares.
Su dolor es lo amargo
y lo profundo de los mares.

Su presencia es un oasis en mi Sahara.
Su entrega, la poesía de todo verso,
y su amor, ¿a qué se le compara
si ella es el universo?

Su amor debe ser
el corazón de Dios.

Un poema de Alicia Armenta protegido por las leyes de Derecho de Autor. Su contenido no podrá ser publicado sin la autorización expresa de este sitio.

Raúl Gómez Jattin está de cumpleaños

Ya en una oportunidad anterior había contado con la colaboración de mi amigo Rafael Cardozo, un gran actor, dramaturgo y director de teatro, y quien actualmente está escribiendo una obra sobre la vida de este importante poeta colombiano. Por eso hoy, aprovechando que se celebra por parte de los seguidores de Gómez Jattin un año más de su nacimiento, he querido pedirle a Rafael una nueva y corta reseña sobre el poeta, al final de las cuales encontrarán uno de sus poemas. Estas son las palabras, a manera de homenaje, que ha escrito Rafael, espero que las disfruten.

"Artista de sí mismo, hijo de la pasión y de la aventura. Su extraordinaria personalidad y su poesía hicieron más que especial la vida de Raúl Gómez Jattin. De su vida existen y transitan un sinnúmero de publicaciones que cuentan entre la verdad y el mito, a manera de biografías, relatos o crónicas, su novelesca, apasionante y desgarradora historia.

Raúl Gómez Jattin nació en Colombia en la ciudad de Cartagena el 31 de mayo de 1945, y creció en Cereté Córdoba, a la orilla del rio Sinú. Murió al amanecer del 23 de mayo de 1997 cuando un carro fantasma lo mató en una céntrica y peligrosa avenida de su ciudad natal.

El destino no se compadeció con su sublime personalidad y lo arrojó sin consideración al infierno de la locura, a la calle como mendigo, en medio de la ruina y el rechazo. ¡Lamentable tragedia la vida de Raúl Gómez Jattin! ¡Su muerte horrible desenlace!

Su vida, rica en pasión, poesía y sufrimiento, fue la de uno de esos ilustres desventurados que vino a hacer en este bajo mundo el rudo aprendizaje del genio entre las almas inferiores.

A su tormentoso paso por este mundo lo sobrevive su obra poética, basada en las obsesiones de su existencia, llena de personajes, situaciones y escenarios; la cual gana cada vez más seguidores, estudio y divulgación. Raúl Gómez Jattin es hoy en día un poeta de culto.

A continuación les dejo uno de sus poemas, uno que permite, tal vez, entender un poco su... ¿locura?"

ME DEFIENDO

Antes de devorarle su entraña pensativa
Antes de ofenderlo de gesto y de palabra
Antes de derribarlo
Valorad al loco
Su indiscutible propensión a la poesía
Su árbol que le crece por la boca
Con raíces enredadas en el cielo
El nos representa ante el mundo
Con su sensibilidad dolorosa como un parto.

Raúl Gómez Jattin.

Un homenaje a Raúl Gómez Jattin

Raúl Gómez Jattin

Príncipe del Valle del Sinú

Le quiero dar las gracias públicamente a mi gran amigo Rafael Cardozo, quien me hizo llegar este pequeño homenaje que él le escribió a Raúl, uno de los grandes poetas que ha dado Colombia.

Rafa es uno de los amigos que me llamaron y me dijeron que contara con algunas notas suyas para enriquecer este humilde blog con sus aportes. A él y a todos les estoy muy agradecido, porque con ello compruebo que estas pequeñas semillas van dando sus frutos poco a poco.

Sin más, aquí están las sentidas y profundas palabras de Rafael, antecedidas por un poema de Raúl que el mismo Rafa me envió.

EL DIOS QUE ADORA

Soy un dios en mi pueblo y mi valle
No porque me adoren Sino porque yo lo hago
Porque me inclino ante quien me regala
unas granadillas o una sonrisa de su heredad
O porque voy donde sus habitantes recios
a mendigar una moneda o una camisa y me la dan
Porque vigilo el cielo con ojos de gavilán
y lo nombro en mis versos Porque soy solo
Porque dormí siete meces en una mecedora
y cinco en las aceras de una ciudad
Porque a la riqueza miro de perfil
mas no con odio Porque amo a quien ama
Porque se cultivar naranjos y vegetales
aun en la canícula Porque tengo un compadre
a quien le bautice todos los hijos y el matrimonio
Porque no soy bueno de una manera conocida
Porque amo los pájaros y la lluvia y su intemperie
que me lava el alma Porque nací en mayo
Porque mi madre me abandono cuando

precisamente

mas la necesitaba Porque cuando estoy enfermo
voy al hospital de caridad Porque sobretodo
respeto solo al que lo hace conmigo Al que trabaja
cada dia un pan amargo y solitario y disputado
como estos versos míos que le robo a la muerte

Raúl Gómez Jattin.
Nació en Colombia en la ciudad de Cartagena el 31 de mayo de 1945 y se crió en Cereté Córdoba a la orilla del rió Sinú. La fatalidad lo persiguió encarnizada. Raúl Gómez Jattin fue un elegido de los dioses, quienes lo dotaron de talento, gracia y encanto. Su mayor placer fue el desbordamiento íntegro del ser.

El destino no se compadeció con él y lo arrojó sin consideración, como loco y mendigo, a la calle y a la ruina. ¡Lamentable tragedia la vida de Raúl Gómez Jattin! ¡Su muerte horrible desenlace! Murió al amanecer del 23 de mayo de 1997 cuando un carro fantasma lo mato en una céntrica y peligrosa avenida de su ciudad natal.

Su vida, rica en pasión y poesía, fue la de uno de esos ilustres desventurados que vino a hacer en este bajo mundo el rudo aprendizaje del genio entre las almas inferiores.

A su tormentoso paso por este mundo lo sobrevive su poesía que disfruto, admiro y celebro, y por su poesía escribo estas palabras a manera de homenaje para Raúl Gómez Jattin, un Caribe que me llena de orgullo y a quien no tuve el gusto ni el susto de conocer como dice el escritor Heriberto Fiorillo en su libro Arde Raúl.

Raúl Gómez Jattin fue bendecido por los dioses… y ellos mismos lo enloquecieron… y lo destruyeron… pero no lo desaparecieron, porque el fuego de la poesía no se apaga con la muerte.

Rafael Cardozo Jiménez.

Misomba

Hoy quiero hacer un homenaje, de los muchos que he de hacerle a ella, a mi madre, en el recuadro de los cuatro costados de este pequeño espacio. Espero que a ustedes, como a mí, los deleiten sus palabras.

"Me gustas mucho idioma castellano,
eres de la expresión un gran tesoro.
Por mal que se te exprese, eres galano,
y sin importarte la voz, eres sonoro.

Pero es mi amor para otro idioma,
otra lengua, otra expresión, otro sonido.
Ese que sin piedad has perseguido
por pantanos, por valles y por lomas.

Ese que quiero es tan puro y misterioso
como el beso que el mar deja en la playa,
de voz de arena blanca que él acalla
con su rugido amargo y pavoroso.

Quiero al idioma de las altas cumbres
que habla al sol, al cielo y a la nube,
con la voz que del abismo sube
cual incienso derramado en lumbre.

Quiero hablar el idioma de los llanos,
el que habla el riachuelo y la laguna,
el que habla la iguana,
la tórtola y el puma,
el idioma que se escribe con las manos.

Quiero ese idioma del indio americano,
porque por él volvió tabú a Socomba
el gran Manitú, y le regaló a Misomba
para que jamás lo vencieras Castellano.

Es el idioma de mis indios el que quiero,
porque lo hablan el valle y los abismos,
porque sus versos son los mismos
que riman los bosques y el lucero.

Porque es el grito que pidió venganza
por la garganta febril de la Gaitana,
que volvió cascada a Tequendama
y en la Tota se volvió añoranza.

Porque es el verbo de mi indio americano
el que conjugan las almas de las cosas,
y como gene en el vientre de una rosa
vino a limpiar el corazón humano".

Un poema de Alicia Armenta (Reservados todos los derechos de autor).