Cuando la tarde cae y el día va muriendo, también a veces los sentimientos afloran como pequeñas luciérnagas escurridizas que se escapan en la oscuridad antes de que puedas fijarte bien en ellas, de adivinar de dónde vienen y para dónde van, y cuando ya piensas que se han ido, que no volverán, refulgen nuevamente para recordarte lo equivocado que estás, porque ellas siguen ahí, como tus sentimientos.
Sientes un vacío extraño en el estómago, un no sé qué te recorre de arriba abajo y no te permite reaccionar, ajustar tus cargas, centrar tus emociones, y poco a poco el desasosiego te invade y te sientes acorralado, sin saber para dónde ir y sin querer quedarte donde estás; deseas solamente estar sin estar, ser sin ser…
Así son muchas de las tardes de domingo. El descanso finaliza, tu poca soledad se esfuma, y sólo alcanzas a vislumbrar el inicio de algo confuso, obligante y pocas veces divertido que te dejará al final con unas ganas inmensas de echarlo todo a la caneca de la basura.
Pero, ¡qué carajo!, es la vida, y la vida sólo se aprende a vivirla viviendo.
El ciclo se repetirá, y ella volverá; y los sentimientos, como las luciérnagas pícaras y juguetonas, también. Y yo volveré a sentirme así, y volveré a escuchar los “Recuerdos de provincia” de Liliana Herrero, y volveré a saber que “De eso se trata” como me lo dice Saavedra.
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