La espera (2a parte)

Mi vulnerable condición humana me sacó de mi celestial abstracción. Una gota de sudor que resbaló por mi espalda me produjo un escalofrío extrañamente refrescante en medio de aquel baño de vapor. La camisa comenzó a pegarse a mi espalda. Las axilas rezumaban sudor a borbotones, y desde mi cuero cabelludo resbalaban gotas que perlaban mi frente y mis sienes.

La respiración comenzó a fallarme, me sentía oprimido. La larga fila se retorcía en una sucesión de eses infinitas que cada vez más se parecía a la boa del vaho; la cual, además de impregnarme sus olores, ahora se enroscaba alrededor de mí con sus cincuenta y dos anillos humanos que ahora me separaban de la línea de “espere aquí hasta ser llamado”.

Tenía que pensar en otra cosa.

Cada uno de los seis cubículos de los cajeros se encontraba separado uno del otro por una pequeña división de vidrio de un metro y medio de alto, más o menos; la misma altura y aspecto que tenía la moderna barrera que separaba al “amigo” (nosotros), de cada uno de ellos. Encima de cada cubículo estaba un letrero, en los mismos colores del de la puerta de la caja fuerte, con sus respectivos números consecutivos del uno al seis, anunciando además las supuestas especialidades de cada uno de ellos: pagos, retiros, recaudos; y uno muy exclusivo que decía “Clientes especiales”. Me gustaría saber cuál era la medida que nos separaba de esos.

Como ya dije, de los seis cubículos que se encontraban alineados como meta gloriosa de aquella penosa espera, sólo dos estaban ocupados. ¡Qué curioso!, siempre me he preguntado cuál será la finalidad que buscan los bancos al llenar todo un salón con huecos para cajeros, si nunca tienen ocupados ni la mitad de ellos.

Continuará...

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