Contaría yo con escasos ocho años de edad cuando tuve mi primer contacto con la televisión. En mi pueblo, en ese entonces un pequeño caserío que contaba con unas cuantas casas repartidas en desorden alrededor de una nueva estación de trenes que parecía prometer a sus vecinos un futuro tan sólido como aquellas locomotoras que día a día nos visitaban; no había luz eléctrica, salvo, claro, la que ofrecía la planta eléctrica de la estación. Pero mi casa estaba lejos de ella.
Pero un día, ¡oh glorioso día!, a la casa de los vecinos llegó un nuevo huésped, ¡Un televisor! Y era un televisor que con solo conectarlo a la batería del camión de mi vecino se podía encender... y se podía ver televisión.
Desde ese día mi concepto de la vida cambió, porque desde ese momento supe, inconscientemente, que esa pequeña caja que mostraba unas imágenes en blanco y negro sería la ventana que me enseñaría por mucho tiempo la verdad sobre un mundo que yo no conocía y que a pesar de estar tan lejos yo lo tenía tarde a tarde, después de hacer mis deberes escolares, al alcance de la mano con solo conectar una caja mágica a los dos bornes gastados de la batería del camión de mi vecino.
¿Cómo no sonreír con un dejo de melancolía cuando nuestros recuerdos llegan a "Plaza Sésamo" (o Barrio Sésamo) y reviven un: "Oye Enrique (Epi), no puedo dormir", y vemos a Archivaldo tratando de recordarnos, al borde del agotamiento físico, lo que es "cerca... lejos"? ¡¿Cómo no hacerlo?!
¿Cómo no recordar nuestros sueños de aventuras fantásticas piloteando un "Mark 5" al lado de Meteoro (de moda otra vez por estos días), o manejar a la perfección las lunas justicieras del Capitán Centella, o tener bajo la piscina de nuestra casa (aquellos que pudieran tenerla) al primer robot gigante que pudiéramos controlar desde su interior e ir por el mundo combatiendo el mal con nuestro "Mazinger Z", y luego saber que fuimos los pioneros de la moderna zaga de "Transformers" y los "Power Rangers" (descendientes directos de "Ultraman")?
¡Ah!, y no piensen que he olvidado a Los Super Amigos, Viaje al Fondo del Mar, Tierra de Gigantes, y muchos más que invadieron la fantasía de millones de niños latinoamericanos que como yo, conocieron el mundo (sus virtudes y maldades) a través de ellos.
Esos son mis recuerdos y, aunque los amo, quisiera que fueran diferentes.
Quisiera poder acordarme de más Plazas Sésamo y menos de Mazinger Zetas, "Santos" y "Blue Demons". Quisiera tener en mi memoria más recuerdos de programas hechos pensando en mí como niño, pero no solo como al niño que hay que darle productos que inciten su afán de aventura reflejada en la violencia, sino que exploten esa necesidad de aventura con algo más creativo y original.
Al llegar a estas reflexiones creo que debo hacer dos aclaraciones.
Primero; no estoy entrando, ni quiero hacerlo, en el trillado tema de la violencia en televisión, ni mucho menos pretendo seguir azuzando el fuego "psicológico" y retórico de si el niño es violento porque así es la televisión o de si la televisión es violenta porque así lo pide el niño. Pero sí creo que todos, los que hacemos televisión y los que no, los que viven de la televisión y los que viven con ella, debemos pensar seriamente en nuestros niños. Por una parte creo que la necesidad de hacer programas infantiles con un alto grado de violencia (y hablo de la violencia por la violencia, de la violencia sin justificación educativa, aunque esta se presente pocas veces) buscando un mayor grado de "Rating" o Pauta Publicitaria es estúpido. Estúpido porque los niños no son estúpidos; y ese es el primer error en el que caemos los adultos, creemos que los infantes prefieren los programas de "acción" a los educativos y culturales, basados en la propuesta violenta de los primeros, y no nos damos cuenta de que precisamente lo que buscan ellos es "acción". Acción, independientemente de la forma que tenga... y es que los espacios educativos y culturales que les vendemos dan grima (si nos dan sueño a nosotros, que somos menos hiperactivos...). Qué poco creemos en nuestros propios hijos. Aunque se nos llene la boca diciendo lo mucho que les ofrecemos, son pocos los que en verdad se preocupan por darles lo que necesitan y esperan, porque creemos que no son lo suficientemente "inteligentes" o "maduros" aún. Por eso llegan a la madurez tan biches.
Y, segundo; cuán grande es el poder de la televisión y qué poco lo sabemos utilizar. Recurran, como lo he hecho hoy, a sus memorias, y busquen lo bueno y lo malo de lo que han visto. ¿No les gustaría que fuera diferente?, Y conste que no he dicho mejor, he dicho diferente. ¿No les hubiera gustado ser tratados como "adultos"?, ¿Como personas con un alto sentido de responsabilidad y capacidad de captación de la vida, de la realidad de su entorno, del mundo, a pesar de que sus cerebros cabrían aún en un cuerpecito que apenas si alcanzaría los 1,20 mts? Yo creo que sí.
Por último, quiero decir que no he buscado levantar ampollas ni crear controversia, solo he manifestado un sentimiento sobre la relación existente entre la Televisión como medio de formación cultural - o el desperdicio de ella como tal - y nuestros niños como principales consumidores de las maravillas - o las basuras - que les demos a través de ella.
Ni ampollas ni controversia; pero, si alguno de ustedes reflexiona en ello, bienvenido, ya somos dos. Tal vez algún día seamos más, así lo espero, por el bien de nuestros hijos.
No quiero despedirme sin antes darles la bienvenida a este nuevo espacio, agradeciéndoles su visita y deseando que entre todos hagamos de este blog un medio de expresión cada vez más grande.
Porque cada nueva entrega sea mejor, ¡SALUD!
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