Ahora, cuando empiezas a reponerte de la fascinación, del trancazo inicial, de ese golpe brutal de adrenalina y endorfinas que recibiste porque te llegó la idea más genial del mundo; cuando despiertas del sueño profundo que te causó el desahogo de tus ansias por la conquista de la mujer (recuerda lo que sobre el género comenté anteriormente en la nota 1) más hermosa sobre la faz de la tierra, empiezas a sentir una inmensa desazón, un no sé qué que te carcome el cerebro y que te hunde cada vez más en el remolino sin fin de un desencanto que no quieres sentir… pero que sientes.
Porque ahora, cuando ya has regurgitado mentalmente una y otra vez los fundamentos de tu idea; cuando has recorrido palmo a palmo cada uno de los sinuosos contornos de la mujer conquistada, empiezas a darte cuenta que tanto la exclusividad y la belleza de una y otra no son tales.
Que tu idea no es tan exclusiva como lo pensaste, y que con algo más o con algo menos ya otros la han tratado, y desde hace mucho más de lo que tú quisieras aceptar.
Que la mujer que está a tu lado no es tan “única” como lo pensaste en el loco primer arrebato de tu fascinación y que, aun en contra de lo que quisieras pensar, siempre habrá una “hembra” más grácil, espectacular y despampanante que la que te acompaña.
Y el desencanto te abofetea el ego. El golpe lo recibes ahora desde el otro costado, el de la realidad, y sientes una desilusión que poco a poco va tornando el resplandor aquél en un gris monótono que lo va cubriendo todo, y del desencanto pasas a la desilusión, y hasta a la autoflagelación por haberte creído el rey del mundo por haber tenido entre manos algo que a la postre resultó tan común y vulgar que cualquiera lo puede “adquirir” en cualquier esquina.
Entonces empiezas a admirar las ideas que otros han desarrollado anteriormente, y poco a poco vas abandonando la tuya porque no quieres, no puedes, dejar que los otros se den cuenta de la mediocridad de tus pensamientos, y así, lentamente comienzas a tratar de olvidar, de dejar atrás, esa locura de querer decirle algo a los demás, es mejor, es más fácil así.
Empiezas entonces a mirar a otras mujeres, a las demás, cuando aun caminas al lado de aquella que hasta no hace casi nada creías la reina del mundo. A cada diez simples pasos encuentras a una más despampanante que la anterior. A cada diez pasos te tropiezas con bellezas “únicas”. A cada diez pasos ves pasar de frente a la que será la mujer de tu vida, y poco a poco, como a tu idea, comienzas a dejar de lado al ser que te acompaña porque ya perdió ese lustre que te arrebató hace tan poco tiempo, y por tan poco tiempo.
Y es ahí, en ese punto, en donde debes tomar la decisión que cambiará por siempre el curso de las cosas. Ahí es donde, en una muestra de coraje o cobardía, debes decidir si abandonas por siempre lo que hasta hace poco te hizo sudar de excitación y alegría y te vas en la búsqueda infinita de algo que sea realmente “único” desde tu punto de vista, o te das la oportunidad y te tomas el trabajo de averiguar un poco más en dónde estuvo ese algo que te convirtió no hace mucho en el ser más feliz sobre este mundo.
Es ahí en donde debes decidir si tomas el camino fácil, el de abandonar, o si continúas hasta la siguiente etapa: la 3… ¿cuál es?, ya lo veremos en la próxima ocasión, mientras tanto espero tus comentarios.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario